Low

Low

- ¿Qué está haciendo jefe?
- Estoy leyendo unos cómics para reseñar.
- ¿Y están buenos?
- Y, qué sé yo, supongo que sí. Son coloridos y bonitos.
- ¿Y de qué se trata?
- Es sobre una familia que vive bajo el mar.
- Ah, como Bob Esponja.
- Y, sí, más o menos. Pero más violento. De vez en cuando alguien le arranca un ojo a otro, da un poquito de impresión.
- ¿Y usted lee eso? Ahora entiendo muchas cosas.

Mira cómo beben los peces en el río, beben y beben y vuelven a beber… ¿Habrá ríos en el mundito de Low? Yo diría que no, posiblemente se han ido evaporando todos desde aquel día en que la humanidad (llamémosla así) se fue a vivir bajo el agua cuando el sol comenzó a expandirse y ya no bastó con tener un buen equipo de aire acondicionado. Pero antes de continuar, unas palabras de nuestro patrocinador.

Low es una serie de 26 cómics engrapados publicados por el sello Image entre los años 2014 y 2021, lo que da un promedio de poco menos de cinco números al año. Cada revistita viene con una M en la cubierta que significa que Low es un cómic para adultos. "Apropiado para lectores de 17 años en adelante. Puede contener violencia intensa, profanidad abundante, desnudez, temas sexuales y otros contenidos aptos sólo para lectores mayores." Así que bueno, quedan advertidos, como de costumbre.

Después de leer este cómic, lo primero que uno tiende a pensar es: ¿qué fuma esta gente? No me refiero a los que viven bajo el agua, sino a Remender y Tocchini. Me parece que no les vendría mal cambiar de proveedor, ya que por un lado, es como si se hubiesen pasado de rosca con el guión, pero por el otro, me temo que se han quedado cortos en algunos aspectos. Trataré de explicarme en los próximos párrafos.

Primero, lo obvio: el arte de Greg Tocchini (que se ocupa del color hasta el número 7 inclusive, y de ahí en más le arroja el fardo a Dave McCaig) es espectacular desde lo visual, especialmente si uno no lo observa muy de cerca. Y claro, se dirán ustedes, ¿qué otro modo hay de calificar los dibujos en un cómic que desde lo visual? Bueno, de eso quería hablarles también.

Por lo general, el artista utiliza referencia, ya sea en forma de libros y revistas o de archivos que guarda en su computadora. Pongamos por caso que le encargan dibujar un cómic ambientado en el Lejano Oeste: Tocchini rebusca en sus archivos y mira unas fotitos de algún que otro cowboy, o de un indio a caballo, o de una pistola o de lo que sea, y en base a eso va haciendo sus monigotes. Lo mismo si le piden un cómic de gángsters en 1930: en ese caso se documentará con fotos de los autos de la época, de los peinados, etcétera. En ningún caso el tipo inventa nada, ya está todo inventado, se trate de un Citroën 3CV, de la armadura de un caballero medieval o de la turbina de un Jumbo 747.

Así son las cosas hasta que viene un alucinado como Remender que lo llama y le dice: "¿Qué te parece si hacemos un cómic ambientado en el recontrafuturo, quiticientos miles de millones de quintillones de años luego de algún tipo de catástrofe mundial o algo?" Tocchini, que tiene que pagar la segunda hipoteca de su casa móvil, el trasplante de páncreas de su gato y la cuota alimentaria de sus seis hijos, le dice que sí. Y acá comienza la cosa, ya que es improbable que en el siglo MMMDCCLXXIX se siga utilizando el Citroën 3CV como medio de transporte, y el tipo se tiene que inventar todo, no desde lo estético, sino desde lo conceptual: "¿Cómo tuestan el pan para el desayuno en el futuro, y bajo el agua? ¿Aún comen pan? ¿Hay panaderías en el futuro? ¿Cómo hacen para que no se les moje el pan? Mejor le digo a Rick que ponga que en el futuro mastican caramelos de plancton. ¿Cómo duermen? Mmmm, a ver, les voy a dibujar una especie de cama de agua, total, agua es lo que sobra por acá…"

Uno se lo imagina al pobre Tocchini mirando los objetos cotidianos con ojos desorbitados, lápiz en mano. "¿Cómo será el mobiliario, las habitaciones? ¿Fumarán bajo el agua? ¿Se ahogarán si se quedan dormidos con la boca abierta? ¿Tendrán cajeros automáticos, ruleros, Nesquik?" Es así que si examinamos un poquito las viñetas, veremos que más allá del color, no hay demasiado que mostrar. No vamos a encontrar las mil cosas que nos suelen rodear en el siglo XXI y que cubren nuestras mesas, mesadas y escritorios. Es todo mucho más despojado, como si el mundo del futuro hubiese sido conquistado por los descendientes de Marie Kondo. Los personajes usan unas computadoras holográficas similares a las que usa Tony Stark en las películas de Iron Man, pero para ellos "hoy" es ¡quiticientos miles de millones de quintillones de años en el futuro! ¿Me querés decir que no inventamos algo mejor que la MacBook Pro en todo ese tiempo? En cierto modo Low me recuerda esos dibujitos de hace 2 o 3 siglos que mostraban un futuro de pacotilla en el que todos viajaríamos en globo aerostático y usaríamos bombín.

(Antes de seguir, aclaro: ya sé que son nada más (?) cinco mil millones de años, pero "quiticientos miles de millones de quintillones de años" suena más dramático, así que digamos que se trata de una licencia artística de mi parte.) Por otro lado Remender aparentemente no ha pensado que si la raza humana evolucionó desde el hombre de Cromagnon en sus primeros 40 mil años sobre la Tierra, es posible que siga evolucionando si transcurren quiticientos miles de millones de quintillones de años. Porque los muñequitos que protagonizan este cómic se parecen más a la gente con la que nos topamos todos los días en el supermercado que a los organismos evolucionados del futuro, aunque con ropitas más modernosas. Ojo, en el futuro de Low hay seres mutados, pero yo me refiero a los protagonistas, los seres humanos que se fueron a vivir al fondo del mar para estar más fresquitos y siguen siendo los mismos muñequitos que en 1965.

Acá ya me excede la cosa, pero algunos científicos suelen especular que los humanos del futuro –el modelo base, digamos– serán más cabezones, sin pelo, más parecidos a Gollum o a E. T. que a un refugiado del último número de la revista Vogue. Así que, como no creo que los humanos del siglo XXI seamos el non plus ultra absoluto y que sea imposible que sigamos evolucionando (o sea, mejorando), los muñequitos del siglo MMMDCCLXXIX (o el que sea) que dibuja Tocchini no me terminan de cerrar, y no me refiero a la calidad del dibujo sino a lo que se representa a través de él.

¿Cinco mil millones de años y el ser humano no cambió en lo más mínimo? Está bien que no se trata de un cómic de los X-Men, que si esto fuera como los cómics de los X-Men, es posible que tras pasarse apenas (!) unos 10 años bajo el agua –ya no digamos 10 mil–, los humanos se terminaran pareciendo más a una sardina que a los modelos del catálogo de ropa interior de Sears, pero en el caso de Low me parece que uno u otro, o ambos, se han quedado cortos con la imaginación. Puede que hayan dicho, en un rapto de sobriedad: "Vaya, esta vez hemos mordido más de lo que podemos masticar. Vamos a aplicar un poco los frenos con el futurismo, que si no, este cómic va a ser menos creíble que las películas de Cupido Motorizado."

Bueno, tarde piaste, Rick, porque ahora, cada vez que intento abordar este cómic, es tanto el ruido que me hace la apariencia de los personajes que termina por tapar todo lo que sucede, como si estuviera leyendo, por ejemplo, una historieta de Sherlock Holmes protagonizada por un chimpancé y un orangután. O por una manzana y una botella de jugo Pindapoy, da lo mismo. Es que los personajes, el conflicto, etcétera, está todo muy bonito (y no estoy hablando aquí de los dibujos), y te lo creería si me hubieses dicho que esto sucede en el año 3000, 9000 o 20000, pero si me decís que pasaron 5 mil millones de años, ahí se me complica un poco hacer coincidir los dibujitos con su marco temporal.

Y si ya nos ponemos en exquisitos, también podríamos hablar del idioma que habla esta gente submarina. ¿En serio hablan el mismo inglés del siglo XXI? Porque en 2021 no hablamos el mismo inglés de 1521, y eso que sólo han pasado 500 años y no cinco mil millones. Pero bueno, los dibujitos son bonitos, eso sí. Hasta se ve bonito cuando uno de los piratas le arranca un ojo al esposo de Stel en el primer número. ¿Cómo, "qué asco"? En todo caso, poco original. Ya lo hicieron Wesley Snipes en Demolition Man (1993) y Tom Hiddleston en The Avengers (2012), también con el objetivo de mostrar lo malos y despreciables que son los antagonistas. Cero respeto por la integridad física ajena.

A todo esto, es posible que me preguntes: "Oye, si tantas pegas le has encontrado a este cómic, ¿qué le has visto de rescatable?" Pues que, a pesar de todo lo que mencioné –y de lo que no he mencionado, que daría para otra reseña–, me gustó lo suficiente como para terminar de leerlo. Sin embargo, en aras de la honestidad, tengo que decir que su lectura me resultó grata en tanto que divertida y por momentos desopilante, y posiblemente no haya sido eso lo que Remender haya pretendido como reacción de su público lector. Dicho de otro modo: Low no me emocionó, no hizo que me embarcara en un rosario de cavilaciones sobre la esperanza, pero me entretuvo, me divirtió, incluso por momentos me hizo soltar alguna que otra carcajada –que al fin y al cabo, no es sino la reacción extrema y visceral ante lo fuera de lugar o incongruente–, con lo que, para mí, cumplió sobradamente con su objetivo.

Además, me resulta una lectura útil ya que me dispara el pensamiento hacia otras cosas, como las que estoy compartiendo aquí. En cierto modo es como esas historias de Superman de los años 60 en las que Luthor se casaba con Lois Lane, y te ponían en la portada: "¡Ésta es una historia imaginaria!" Ese cartelito arrasaba con la suspensión del juicio del lector, al recordarle –sin proponérselo– que todas las historias de Superman son imaginarias. En Low, la constante disonancia entre lo que me cuenta la historia y lo que me muestra es un recordatorio similar.

En fin, vamos con el argumento. Han pasado quiticientos miles de millones de quintillones de años y el sol se está expandiendo, por lo que en la Tierra hace calor, tanto que la humanidad se fue a vivir bajo el agua, mientras espera el regreso de una sonda que enviaron para ver si hay algún planeta en el que puedan instalarse. (¿Piensan ir nadando?) Y eso. Y hay piratas, y drogas, y prostitución, y aún hay gente que usa bigote, aunque son todos hombres, si no miré mal. No he visto peceras, bolígrafos o tan siquiera un mísero Citroën 3CV, aunque de todos modos las Citronetas se deben haber depreciado bastante en cinco mil millones de años.

No quiero contar mucho para no destripar la historia –que de todos modos no es tan complicada–, pero más allá de la cuestión de si la esperanza es buena o no, el cómic muestra que en quiticientos miles de millones de quintillones de años el ser humano no ha cambiado y sigue cumpliéndose lo de homo homini lupus, o sea que el hombre sigue siendo el lobo del hombre así que, baste con decir que hay conflicto y muerte y engaño y traición como en una novela de Robert Graves y más drama que en una temporada de Dawson's Creek, y que de vez en cuando alguien le arranca un ojo a alguien más –y todo muy bien dibujado y con colores bonitos–, pero que al final, la resolución del conflicto entre las facciones resultará más bien irrelevante para el lector. Asimismo, si uno es daltónico la lectura se le puede complicar un poco.

En resumen, una historia para mayores de 17, que entra por los ojos –cuando no los arranca–, con pasajes de violencia gráfica que por momentos pueden resultar excesivos para personas sensibles y que se puede disfrutar si se la encara sin demasiadas pretensiones. Posiblemente hubiese funcionado mejor como audiolibro.

etc

Esta reseña ha sido previamente publicada en HTAL. Se autoriza su reproducción total o parcial en tanto se mencione a su autor. © 2021 Hugo C.

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