Bonds
Advertencia: esta reseña contiene al menos un SPOILER, por si a alguien le interesa.
El primer número de Bonds –serie limitada de tres (3) números– salió a la venta con fecha de agosto 2007. El segundo, con fecha de octubre del mismo año. El tercer y último número no salió en diciembre. Ni en enero de 2008. Ni en febrero. Ni en marzo. Ya para entonces uno lo archivó mentalmente en la carpeta de "a otra cosa mariposa" y siguió con su vida. Y lo bien que hizo, ya que el número 3 recién vio la luz en septiembre de 2009 (!). A estas alturas uno ya no recordaba de qué se trataba la historia ni le importaba mucho. Luego de esta introducción, vamos con la reseña.
Bonds es una creación de Durwin S. Talon y cuenta la historia de Faith Warner, una violonchelista que es la hija de un ejecutivo de una malvada corporación que es asesinado para encubrir un proyecto secreto llamado "Conejo Blanco", que involucra la creación de un arma letal, etcétera. Faith tiene sueños extraños en los que mata a alguien bajo la forma de un animal (en cada sueño mata a alguien distinto) y trascartón despierta con un nuevo tatuaje en su cuerpo y se entera de que alguien se murió de un modo similar: digamos que si sueña que sos un Topo Gigio gigante y te mata con una ristra de salamines, cuando la tipa despierta tiene un Topo Gigio tatuado en un cachete y la TV dice que murió un tipo estrangulado con una ristra de salamines. Eventualmente Faith aprende a controlar su habilidad y al final (¡por supuesto!) venga a su padre y evita que los malandras se salgan con la suya. Listo, todo sencillo y previsible. Hay un trasfondo animista y/o sobrenatural y dos o tres cositas que a lo mejor sorprenden a alguien, así que por las dudas clavo un cartelito de SPOILER ALERT antes de decir que al final la tipa muere pero bueno, la vida continúa y acá no ha pasado nada. Circulen, señores, circulen.
El dibujo está bien, es correcto, al menos lo era en 2007. En 2009, ya se rompió la cadena de frío, así que ya no sé qué decir, menos aún en 2020. Ustedes me dirán si está hecho con la compu o con las manitos, no sé, me da la impresión de que está dibujado a mano intentando imitar la estética del arte digital: está bien, pero tampoco es como para desmayarse de la emoción. Es como si para evitar que la cosa se le vaya de las manos tiene que mantener las imágenes bien estáticas, sin tomar riesgos, como si dibujara calcando fotos tomadas en un cumpleaños o como si el cómic fuese uno de esos viejos álbumes en los que uno iba pegando cromos (figuritas): mucho color sólido, pocos fondos, las figuras están rodeadas por un grueso contorno y las líneas cinéticas brillan por su ausencia.
Ojo, que esta reseña tal vez se haya visto afectada por el hecho de que uno haya tenido que esperar dos años para enterarse de cómo terminaba la historia. (¡Dos años! Supongo que Talon habrá viajado al Japón en bote a comprar las baterías para la tableta digitalizadora, o algo así.) ¡Casi dos años para el número 3! Me lo imagino a Erik Larsen (CEO de Image Comics en ese momento) arrancándose los pelos de la cabeza a mechones y lanzando improperios de diverso calibre. Tal vez por eso sea que no he visto nada más de Talon publicado por Image.
Veredicto: un cómic para leer si no tenés otra cosa mejor a mano y/o si aún estás viviendo en el año 2007.
Esta reseña ha sido publicada anteriormente. Puede ser reproducida en tanto se reconozca al autor. © 2020 Hugo C.
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