Bullitt

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La presente reseña puede contener spoilers, pero estamos hablando de una película de 1968, así que si aún no han visto la película en cuestión, ya va siendo hora; no se van a arrepentir.

Bullitt (1968) es un policial neo-noir realista –o al menos lo era en 1968–, protagonizado por Steve McQueen y dirigido por Peter Yates. McQueen se carga la película al hombro delante y detrás de cámaras –no sólo es el protagonista, sino que su productora (Solar) estuvo involucrada en el proyecto desde el minuto cero–, pero aún así, el soberbio elenco de secundarios le cubre las espaldas en todo momento.
La historia requiere un poco de atención de parte del espectador, pero se cuenta sin demasiadas vueltas y es fácil de seguir. A pesar de que tiene la persecución automovilística más famosa de la historia del cine, Bullitt no es una película que requiera dejar el cerebro en el guardarropas, sino todo lo contrario: quien preste un poco de atención y no padezca de pereza mental puede razonar en base a los hechos en pantalla y llegar a las mismas conclusiones que el protagonista.
Lo que la hace mi favorita es el equilibrio entre la seriedad con que muestran el trabajo policial y el entretenimiento que proporciona la historia. No hay aquí un personaje payasesco que haga de comic relief, pero tampoco hay un clima de amargura constante: Frank Bullitt (Steve McQueen) frunce el ceño mientras recoge las pistas del caso y le hace frente a aquellos que lo presionan por razones políticas, pero fuera del horario de trabajo se entretiene y pasa un buen rato cenando con su novia y amigos. Se lleva bien con sus compañeros de trabajo y su jefe inmediato, el capitán Bennett (Simon Oakland) confía en su habilidad para resolver los casos.
Es sábado y el senador Walter Chalmers (Robert Vaughn) le encarga al Departamento de Policía de San Francisco la custodia de un testigo durante el fin de semana: Johnny Ross debe declarar ante una comisión antimafia el próximo lunes. Bullitt acepta la misión a regañadientes y se turna con sus colegas Delghetti (Don Gordon) y Stanton (Carl Reindel) para proteger a Ross, que está alojado en un hotelucho barato. Durante el turno de Stanton, Ross quita el pasador de la puerta y un par de asesinos irrumpe en la habitación. Uno de ellos lleva una escopeta recortada, con la que hiere a Stanton y dispara contra Ross.
Ross y Stanton son trasladados al hospital. Mientras lo suben a la ambulancia, Stanton describe a los asesinos y le dice a Bullitt que Ross les abrió la puerta. Bullitt va al hospital a asegurarse de que Stanton esté bien y a informarse del estado de salud de Ross, quien fallece a causa de sus heridas. Sin embargo, se pone de acuerdo con el Dr. Willard (Georg Stanford Brown), el médico de emergencias a cargo de Ross, para no informar aún de su muerte. Entretanto, Chalmers se apersona en el hospital exigiendo explicaciones. Bullitt lo ignora y con la ayuda de Willard y Delghetti lleva el cuerpo a la morgue policial, pero no con el nombre de Ross sino como un "John Doe", o sea, un desconocido.
De ahí en más, Bullitt comienza su investigación, a contrarreloj, bajo la constante presión de Chalmers –quien a su vez presiona a su jefe, y al jefe de su jefe– y en la mira de los asesinos, que lo siguen para averiguar el paradero de Ross y terminar el trabajo. No importa, él sigue en la suya, reuniendo información y viendo qué es lo que está fuera de lugar. Un chofer de taxi (Robert Duvall) le cuenta que, camino al hotel, Ross se detuvo a hacer un par de llamadas. Ese dato lleva a Bullitt al hallazgo de un segundo cadáver en un hotel de San Mateo, y lo va acercando a la verdad.
Bullitt trabaja con eficiencia y sin perder tiempo, sin dejarse llevar por presiones o amenazas. Como ya hemos dicho, su jefe confía en él. Es así que Bennet deja el caso en sus manos y le dice que haga lo que mejor le parezca. Incluso trata de facilitarle las cosas, pero de última es Bullitt quien tiene que poner la cara ante el capitán Baker (Norman Fell) y el mismísimo Chalmers. Pero no lloriquea, no bravuconea, no grita ni alardea, sólo se concentra en su trabajo, aunque eso sí, no se deja pasar por encima –lo que posiblemente hoy lo pondría en la lista de ejemplos de "masculinidad tóxica".
Nada más lejos de la verdad. Como ya hemos visto, Bullitt no es débil ni sumiso, y sin embargo, escucha los planteos de su novia Cathy (Jacqueline Bissett), quien lo quiere pero por momentos cuestiona la naturaleza misma del trabajo de Frank. "Vives en una cloaca", le dice, tras haber visto el cadáver de la segunda víctima. Más allá de ese tipo de desacuerdos, la pareja se lleva más que bien y es en las escenas con Cathy cuando vemos el lado más alegre y desenfadado de Frank.
Los productores buscaron dar la sensación de realismo y trataron de evitar usar los mismos decorados que por aquel entonces eran comunes a las películas del género, y en su lugar filmaron en locaciones reales, como el Aeropuerto Internacional de San Francisco o el Hotel Kennedy. Por la misma razón, se ciñeron a rajatabla a los procedimientos policiales de la época. Sin embargo, hoy en día, tras haber visto innumerables episodios de CSI y similares, uno ve la escena en la que Bullitt y Delghetti revisan el equipaje en busca de pistas y no puede dejar de pensar: ¿qué les costaba ponerse unos guantecitos de látex? Bueno, si vamos al caso, tampoco había teléfonos celulares ni computadoras: es más, una escena crucial de la película involucra la transmisión de unos documentos por télex, que, con la tecnología de 1968, parece tardar siglos.
Como ya he dicho, lo que la gente hoy suele recordar es la persecución en automóvil, el duelo entre el Ford Mustang GT Fastback del protagonista y el Dodge Charger con motor de ocho cilindros en V de los malos de turno, que requirió tres semanas de filmación para un total de diez minutos en pantalla, y fue filmada por el mismísimo Yates en vez del director de la segunda unidad. A pesar de contener numerosos errores de continuidad, le valió un Oscar al encargado de la edición (Frank Keller) y aún hoy sigue siendo considerada como una de las mejores de todos los tiempos. En total se utilizaron cuatro vehículos: dos Mustangs y dos Chargers, todos ellos con modificaciones en la suspensión para que pudieran resistir los saltos en la persecución. El conductor del Charger fue Bill Hickman, un veterano doble de riesgo que asimismo encarna a uno de los asesinos; el Mustang fue piloteado en algunas tomas por Steve McQueen y en otras por Bud Ekins, quien también lo había doblado en el salto en motocicleta de The Great Escape (1960).
A la hora de cerrar los números, la película recaudó 42.3 millones de dólares, un poco más de 10 veces su presupuesto original. La exquisita banda de sonido está a cargo de Lalo Schifrin, el argentino que fue también compuso el tema de Mission: Impossible. En su momento, Bullitt tuvo un impacto cultural importante; incluso el tipo de ropa que vestía McQueen en la película se volvió muy solicitado en las tiendas. Y por supuesto, el Mustang GT Fastback pasó a ser el modelo más vendido de la Ford.
Y eso es todo por hoy, gente linda. Como he dicho, hoy quise compartir con ustedes una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Espero que haya sido de su agrado y tal vez les haya dado ganas de echarle una ojeada. Bullitt es una cinta que admite volver a verla más de una vez, paladeándola como un buen vino cuyo sabor mejora con los años.

FICHA TÉCNICA

Título original: Bullitt
Año: 1968
Duración: 113 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Peter Yates
Con: Steve McQueen, Robert Vaughn, Jacqueline Bisset, Simon Oakland, Don Gordon, Norman Fell, Robert Duvall, Felice Orlandi.

Steve McQueen in 'Bullitt' (1968)

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